Locales 03/12/2025
Secuestrados, torturados y desaparecidos
Entre 1976 y 1983, durante los años más oscuros de la historia argentina, se instauró un régimen de terror dirigido por la Dictadura Cívico-Eclesiástico-Militar, una alianza de poder que incluyó a sectores empresariales, políticos, eclesiásticos y militares, ideológicamente alineada con intereses extranjeros especialmente de Estados Unidos, en el marco de la Guerra Fría y la crisis petrolera de 1973.
Autodenominado "Proceso de Reorganización Nacional", este régimen ejecutó un plan sistemático de exterminio contra quienes consideraba "enemigos internos". Entre esas víctimas se encuentran Lucía Julia Perrière Frías, nacida el 7 de diciembre de 1956, y su esposo Néstor Valentín Furrer Hurvitz, nacido el 2 de diciembre de 1950. Dos jóvenes cuyas vidas fueron arrancadas por la maquinaria de muerte del estado terrorista, en el marco de la persecución ideológica llevada a cabo mediante el Plan Cóndor -diseñado y coordinado por Estados Unidos con apoyo de Inglaterra e Israel- como respuesta geopolítica a la crisis del petróleo de 1973 y al avance de movimientos sociales en América Latina.
Lucía y Néstor pertenecían a una generación que soñaba con un mundo más justo. Su compromiso social y su pensamiento crítico los convirtieron en blancos de un régimen que, bajo la lógica de "si no estás conmigo, estás contra mí", justificó la persecución, el secuestro, la tortura y la desaparición de miles de personas.
El 24 de marzo de 1976, con el golpe de Estado, comenzó una cacería humana sin precedentes. Grupos de tareas -formados por militares, policías y civiles afines- actuaron con total impunidad, secuestrando a personas en sus hogares, trabajos o en la vía pública.
El secuestro de Lucía y Néstor ocurrió en una noche fría de 1978, en la ciudad costera de Necochea, provincia de Buenos Aires. Un grupo de tareas vinculado al "Operativo Escoba" irrumpió violentamente, mientras disfrutaban de una paseo con su hijas, destruyendo todo a su paso. Fueron arrancados de su vida, de sus sueños, de su amor.
Los trasladaron a "La Cueva", el Centro Clandestino de Detención ubicado en la sede de Buzos Tácticos de Mar del Plata, uno de los más sanguinarios del país. Allí, el horror se materializó en torturas físicas y psicológicas, humillaciones y deshumanización sistemática. Lucía y Néstor fueron sometidos a interrogatorios brutales, golpes, descargas eléctricas, vejaciones y privación de sueño y alimento. Sus cuerpos y mentes fueron quebrados, pero su espíritu de lucha permaneció intacto hasta el final.
Este régimen contó con la complicidad activa de diversos sectores: empresarios que financiaron la represión, políticos y sindicalistas que legitimaron el terror, de sectas y jerarcas eclesiásticos, como el Opus Dei y el arzobispo Adolfo Servando Tortolo, que brindaron un marco ideológico y moral a la violencia, justificándola en nombre de la "defensa de la civilización occidental y cristiana". La justicia creó leyes para garantizar impunidad, mientras los medios de comunicación callaban o reproducían la propaganda oficial.
El destino final de Lucía y Néstor fue el mismo que el de miles de desaparecidos: los vuelos de la muerte. Fueron arrojados vivos al mar desde aviones militares, en una práctica macabra destinada a borrar todo rastro de su existencia. Sus cuerpos nunca fueron hallados, pero su memoria permanece viva en el corazón de quienes los amamos y en la lucha incansable por verdad, justicia y memoria.
El Plan Cóndor fue un plan continental de exterminio diseñado para eliminar a todo aquel que pensara diferente, coordinando acciones represivas entre las dictaduras del Cono Sur. Producto de esta maquinación, más de 30.000 personas fueron desaparecidas solo en Argentina. Lucía y Néstor son dos de las tantas víctimas de esta estrategia sistemática que buscó silenciar voces disidentes e imponer un modelo económico basado en la desigualdad y la opresión. Su historia es un recordatorio de la importancia de no olvidar y de seguir luchando por un mundo donde la justicia y la dignidad sean valores irrenunciables.
El llanto por Lucía y Néstor no es solo el de sus hijas, sino el de toda una familia, una generación y una sociedad que aún lucha por sanar las heridas del terrorismo de Estado. Las calles, las plazas, los centros clandestinos que hoy son sitios de memoria, respiran aún el miedo, la angustia y la rabia de aquellos años.
La lucha contra el pensamiento exterminador es difícil, pero necesaria. Exige conciencia colectiva, memoria activa, educación, diálogo, empatía y acción. No podemos permitir que el miedo paralice o que el odio divida. Debemos seguir denunciando, organizándonos y construyendo alternativas que pongan la vida y la dignidad humana en el centro, teniendo como pilares la paz y el amor.
La paz y el amor no son mercancías, sino la expresión más pura de nuestra humanidad: reflejan nuestra capacidad de mirar al otro con respeto, de tender una mano solidaria y de construir juntos un camino fuera del callejón sin salida impuesto por los poderes económicos mundiales y su ambición expansionista. Esos poderes, cegados por la codicia, han llevado a cabo limpiezas culturales, ideológicas, sociales, históricas y étnicas, prácticas destinadas a homogenizar, dominar y exterminar lo que no se ajuste a sus intereses.
Frente a esto, debería bastarnos ser humanos. La verdadera riqueza no está en la acumulación material, sino en la construcción de vínculos basados en el amor, la solidaridad y el respeto mutuo. Ser humano significa reconocer en el otro a un igual, entender que la diversidad es fortaleza y que solo unidos podemos enfrentar un sistema injusto y deshumanizante.
La paz y el amor se construyen día a día: en cada gesto de empatía, en cada acto de resistencia, en cada lucha por la justicia. Son la antítesis de la mercantilización de la vida y la explotación de los pueblos. Son la esperanza de un mundo donde no haya lugar para ninguna forma de limpieza, y donde la dignidad humana sea el valor supremo.
Basta con ser humanos. Recordar que somos parte de un todo, que nuestras acciones tienen consecuencias y que cada uno tiene el poder de transformar la realidad. No somos mercancías: somos seres capaces de amar, crear, soñar y luchar por un mundo mejor.
En memoria de Lucía, de Néstor y de todas las víctimas de la opresión, sigamos construyendo ese mundo donde la paz y el amor no sean privilegios, sino derechos inherentes a nuestra condición humana. Porque, al final, lo único que nos salva es nuestra humanidad.
Queridos hermanos de mi sangre y de mi corazón, Lucía y Néstor, les digo que si las estrellas son hoy los agujeros por donde nos miran los que no están con nosotros... entonces esta noche les escribo con todo el cielo, y desde aquí los estaré viendo también. Les contaré de nosotros, aunque seguramente nuestros padres ya les habrán llevado noticias y abrazos, y sé que ustedes los estarán acompañando, y ellos dándoles todo el amor que merecen desde ese lugar donde el cariño no conoce distancias.
Los extraño con un dolor que no tiene nombre, pero también con un amor que no tiene fin.
No hay día en que no piense en ustedes. En lo que fueron, en lo que soñaron, en todo lo que les arrancaron.
Y sin embargo, aquí estoy. Recordándolos. Nombrándolos. Llevándolos conmigo.
Porque mientras yo viva, ustedes no estarán desaparecidos.
Estarán aquí, en mi memoria, en mi lucha, en mi amor.
¡Lucía y Néstor, presentes! ¡Ahora y siempre!
Luis Perrière
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