7 de diciembre de 2025

Locales 07/12/2025

Por Lucía, Néstor y los 30000 desaparecidos

Memoria, Verdad y Justicia

Por Lucía, Néstor y los 30000 desaparecidos

No es un simple lema, no es un hashtag de ocasión. Para quienes llevamos la herida abierta de la desaparición forzada, estas tres palabras son los pilares de un camino tortuoso, son la brújula moral de una búsqueda que es a la vez personal y colectiva.

Memoria, Verdad y Justicia,  son las tres exigencias del corazón herido

Estas tres palabras no son un eslogan. Son un proceso, una trilogía indisoluble que nace del dolor más profundo y se eleva como una exigencia ética para toda la sociedad.

1. Memoria (Contra el olvido, por la Vida)

La Memoria es el primer acto de resistencia. Cuando un Estado o un grupo de poder intenta borrar a una persona -secuestrándola, torturándola, haciéndola "desaparecer"- su objetivo final no es solo matar. Es eliminar la prueba del crimen. Quieren convertir a la víctima en un fantasma, en un "nunca existió".

La Memoria es lo contrario. Es negarse a que ese ser querido sea convertido en polvo y olvido. Es guardar su foto, contar su historia, pronunciar su nombre. Es rescatar su risa, sus ideas, sus gestos. La Memoria los mantiene presentes. Es decir: "estuvieron, los amamos, y su ausencia explica el horror , el terror". Sin memoria, no hay víctima. Sin víctima, no hay crimen. La memoria es el cimiento de todo lo demás.

2. Verdad (Contra la mentira, por la realidad)

La Verdad es la exigencia que brota de la memoria. No es una verdad abstracta. Es concreta, dolorosa y necesaria:

¿Qué pasó? ¿Dónde estuvo secuestrado? ¿Quién lo torturó? ¿Cuáles fueron sus últimas palabras?

¿Dónde está? (La pregunta que nunca cesa). ¿Sus restos? ¿Su destino final?

La verdad, es desenterrar lo que el poder trató de enterrar para siempre. Es desmantelar las "versiones oficiales" que hablaban de "enfrentamientos" o "viajes al exterior". Es escuchar a los testigos, abrir los archivos, seguir las pruebas. La verdad, por dura que sea, es el único terreno sobre el que se puede parar después de la tormenta. Sin verdad, no hay paz posible para las familias, ni aprendizaje para la sociedad.

3. Justicia (Contra la impunidad, por la ley)

La Justicia es la consecuencia lógica de la Memoria y la Verdad. No es venganza. Es la aplicación de la ley para que la sociedad reafirme que lo sucedido fue un crimen atroz, planificado, sistemático y no un acto aceptable.

Significa que los responsables sean identificados, enjuiciados y condenados por un tribunal.

Significa que el Estado reconozca su responsabilidad (por acción u omisión).

Sin Justicia, la Verdad se convierte en un dato estéril y la Memoria, en un luto congelado en la indignación. La Justicia es el mecanismo social para decir: "Esto no puede volver a pasar. Quienes lo hicieron no están por encima de la comunidad".

¿Por qué van juntas?

Porque, sin Memoria, no hay motivo para buscar la Verdad.

Porque, sin Verdad, no hay fundamentos para pedir Justicia.

Porque, sin Justicia, la Memoria se vuelve una carga amarga y la Verdad, una burla.

Para la familia de un desaparecido, este trípode es la estructura de su supervivencia. Recordar es mantenerlo vivo. Saber la verdad es recuperar un pedazo de su historia y de la propia. Lograr justicia es, en cierta forma, rescatar su dignidad y la de todos.

Por eso no es un "latiguillo". Es una promesa que nos hacemos como sociedad: que frente al intento de borrar, nosotros recordaremos. Frente a la mentira, exigiremos la verdad. Y frente al crimen, buscaremos justicia. Hasta el final.

Espero que estas palabras, que escribo con el mayor respeto, son mi  dolor y mi lucha, buscando explicar lo que lleva mi corazón, para honrar la memoria.

La desaparición forzada padecida por Lucía y Néstor.  No es un "caos",  o un "error trágico". Es un sistema de exterminio con método y conciencia, ejecutado desde las sombras del poder. 

El poder profundo en las sombras no es una abstracción. Tiene nombres, apellidos y domicilio fiscal. Están aquí, en nuestra provincia, en nuestras ciudades. Son los mismos de siempre, en eso años los directivos de Mercedes Benz, Ford, Acindar; los dueños del Ingenio Ledesma, de Techint, de Fiat. Son los Citibank, las Esso, las Taragüi. Los Etchevehere, los Blaquier, los Rocca, los Elsztain y muchos mas. No son fantasmas; son los arquitectos de nuestra realidad, y operan a plena luz del día desde las sombras del dinero y la impunidad.

Lo que reflejo no son unas palabras sueltas, porque es una denuncia de una precisión histórica documentada.

Lo que narro no es la tragedia pasiva de una sociedad "perdida". Es la arquitectura "activa" del terrorismo de Estado.

No son "excesos" en una noche confusa. Son prácticas de ingeniería humana. La desaparición forzada, el vuelo nocturno, el mar como fosa común... son tecnologías de aniquilación diseñadas para un propósito triple:

1-Eliminar físicamente al "enemigo" (el que piensa diferente, el que no esta con ellos) construido en su imaginario perverso.

2-Eliminar la prueba del crimen (creando la angustia infinita de "no saber")."... el desaparecido no tiene entidad no está ni muerto ni vivo está desaparecido...(Jorge Rafael Videla)

3-Eliminar la posibilidad del duelo en la comunidad, sembrando un miedo que paraliza y un dolor que no se cierra.

La "noche oscura" que perdura es la clave. No es un pasado. Es un presente continuo de impunidad. El tiempo sí pasa, pero de manera perversa. Pasa para las víctimas que envejecemos en la búsqueda, y se detiene para los victimarios, protegidos por el manto de silencio del "poder profundo". Ese poder que trasciende gobiernos, que se esconde detrás de uniformes, fiscales, jueces, escritorios, fundamentalismo, respetables "demócratas y republicanos", buena gente o gente de bien y, detrás de esta nube tóxica hay reyes y credos hipócritas que bendijeron, callaron o lavaron la conciencia de la barbarie.

No es una lágrima; es una mirada fija en la obscenidad. Es ver la perversión del tiempo, cómo los asesinos envejecen en la libertad, celebran bodas con tobilleras, reciben honores en pabellones vip, mientras el tiempo de nuestros seres queridos fue robado dos veces: primero su futuro, luego su verdad y su justicia.

Esa "nube tóxica" es la que permite que el crimen se maquille como "conflicto" y a los verdugos se les presente como "héroes" o "ancianos respetables". Es el mecanismo de corrupción moral más profundo: el que usa el lenguaje de la patria, la religión exhibiendo un rosario hecho de balas o la incoherente "estabilidad" para justificar el horror.

Mi palabra, no es de luto pasivo. Es de indignación activa. Es la denuncia de que la noche no terminó, solo mutó. Que los responsables no están en los libros de historia, sino a veces en las páginas sociales, en los sillones de un club, en los púlpitos, en las calles..

Memoria, Verdad y Justicia significan, en este contexto, desmantelar esa noche. Significa nombrar a los "dueños" reales de esos aviones, a los autores intelectuales en sus cómodos despachos, a los cómplices en la prensa y en los altares. Significa negarse a aceptar que la hipocresía sea el epitafio de los desaparecidos.

Lo denuncio con claridad: la mentira sistemática es el andamiaje de su impunidad. El poder profundo opera re-escribiendo el pasado, enmarcando los hechos en un relato que les absuelve y confunde a la sociedad. Pero frente a su ficción, se alza un principio jurídico y moral inquebrantable: los delitos de lesa humanidad no prescriben jamás. No hay ley, ni pacto, ni olvido que pueda lavar esa sangre. Su estrategia es ganar tiempo; la nuestra es hacer que el tiempo, al fin, trabaje para la justicia porque existe una única verdad. No fue una guerra. No fue un "error". Fue (y es) un proyecto criminal, genocida multinacional y su sombra aún perdura.

Esa etapa de mi vida es desgarradora y ser testigo directo, mediando la palabra y la memoria, que es un faro contra esa noche que pretende ser eterna, es un raro honor que me atraviesa. Aquí estoy, en este tiempo congelado, para sostenerla mientras viva.

Para que no quede en la penumbra de lo no dicho.

La justicia esta incompleta porque subsiste el teatro de la impunidad, que se negocia mas allá de los tiempos.

Hoy vemos un espectáculo macabro, un juego de espejos diseñado para apaciguar conciencias sin tocar el poder real.

Se juzga al ejecutor, el "sicario" de turno, el hombre de manos sucias, el piloto del vuelo nocturno, el guardia del centro clandestino,  el superior al mando, se lo expone, a veces se lo condena. Y frente a eso, una parte de la sociedad suspira: "Se hizo justicia". Pero es una ilusión. Una cruel pantomima.

Porque tras él, invisible, indemne, operando desde la sombra con traje y escritorio, está el autor intelectual. El que dio la orden en una reunión privada. El que diseñó la doctrina. El que desde una mansión, una empresa, un ministerio, un cuartel o un despacho de poder, convirtió a seres humanos en "objetivos" y firmó, con burocracia impecable, su aniquilación.

Ese poder no duerme. El poder profundo no descansa.

Su operativa hoy no es el secuestro, sino el lobby. No es el vuelo de la muerte, sino el recurso legal. No es el silenciamiento con picana, sino el pacto en pasillos judiciales. Movilizan toda su influencia , económica, mediática, política, para transformar la condena social en un incómodo trámite.

Y así, el verdugo condenado por crímenes de lesa humanidad solicita prisión domiciliaria. Alega vejez, enfermedad. Y un juez, cuya carrera quizás fue moldeada en la misma cultura institucional que protege a los cómplices, concede.

La celda se vuelve una habitación. La pena se convierte en un retiro incómodo. La justicia, en ese acto, se despoja de su manto sagrado y se revela como lo que es en este sistema: un instrumento más de la maldad y la perversión.

Porque perversión es que el Estado, que debería castigar el horror, termine administrándolo con "beneficencia". Perversión es que la ley, que debería proteger a las víctimas, se tuerza para aliviar el castigo de los victimarios. Es la continuación del crimen por otros medios: el menosprecio institucionalizado hacia el dolor de las familias.

Esto demuestra que la lucha nunca fue solo contra los verdugos visibles. Es contra la estructura que los creó, los protegió y hoy los cuida. Una estructura que tiene ramificaciones en la justicia, en la prensa, en los grupos económicos, en ciertos credos.

Memoria, Verdad y Justicia, entonces, se vuelven demandas aún más radicales:

1-Memoria para no olvidar quiénes idearon el plan macabro y dieron las órdenes.

2-Verdad para desentrañar las cadenas de mando y los pactos de silencio.

3-Justicia para alcanzar a los cerebros, no solo a las manos.

Hasta que eso no suceda, la justicia será solo maquillaje sobre la herida abierta de la impunidad. Y el mensaje para el poder profundo seguirá siendo claro: "Ustedes pueden seguir. Sus nombres están a salvo. Su sistema perdura."

El corazón de la farsa, es la complicidad activa del presente con los crímenes de lesa humanidad del pasado. Y es desde ahí, desde nombrar esta realidad, que la lucha por una justicia verdadera -no solo legal, sino ética- debe continuar, incansable.

Hoy, Lucía Julia Perrière Frías de Furrer, nacida el 7 de diciembre de 1956, cumpliría 69 años. Tenía 21 años cuando fue secuestrada Esta no es solo una fecha en un calendario imaginario. Es un latido interrumpido, un cumpleaños que sigue celebrando su familia en el silencio de su ausencia. Madre de dos niñas que amaba, adoraba y cuidaba con esmero junto a su esposo Néstor. Ambos desaparecidos. Esta palabra, "desaparecidos", no es un verbo en pasado. Es una herida abierta en el presente, una pregunta que golpea las paredes del tiempo sin obtener respuesta.

Ella, que nuestro padre describía como "...una espiga de trigo, una brisa de primavera...", encarnaba esa misma pureza. Su personalidad vivaz, auténtica y honesta le permitía mirar la vida con una esperanza que hoy nos desgarra. Rubia, de ojos claros, su rostro cándido generaba una empatía instantánea, armonizada por una espontaneidad sincera. Las últimas palabras que escuchó

su niña mayor de algo más de dos años, al momento de ser secuestrada son su testamento. 

La miraría a los ojos, con lágrimas en los suyos, sabiendo que esa niña de algo más de dos años lloraría ante la violencia sin comprenderla. Esa mamá, que la había traído al mundo, ahora se despedía del mundo que había hecho para ella.

No solo dejaba atrás a sus hijas. Dejaba atrás sus sueños de verlas crecer. Arrancaban de cuajo, de un tirón, el futuro entero que había imaginado: el primer día de jardín de infantes con su delantal impecable, la escuela primaria y la emoción de las primeras letras trazadas con esfuerzo. Borraban de un golpe los dibujos infantiles donde siempre estaban los cuatro: papá, mamá, yo y mi hermanita.

Extinguían el universo entero que ella, como madre, había nombrado y llenado de amor: el canto del canario en la mañana, la compañía fiel del perro, la sombra del árbol donde jugaban, la casa que era su reino seguro.

Y en medio de ese derrumbe total, con su mundo desvaneciéndose ante sus ojos, su último acto de soberanía, su última herencia, fue una instrucción de cuidado. Un fragmento de normalidad arrojado como un salvavidas a la niñez que quedaba atrás:

"...Mira, te dejo dos Geniolitos por si tiene fiebre tu hermanita, para que se los des."

En esa frase, Lucía no solo dejaba un analgésico. Dejaba el manual de su amor. Empacaba, en dos pastillas y unas palabras, toda la ternura de una mamá siempre optimista,  como la seguridad del árbol que les daba sombra, que se perdía para siempre el jardín de infantes y el trazo firme de los dibujos con su familia completa. Era la trasmisión brutal y apresurada de todo su oficio de crianza.

La violencia pudo llevarse su cuerpo, pero en ese instante, no pudo secuestrar su instinto. Su amor fue más rápido. Y por eso, aunque la hayan hecho desaparecer, su última orden de auxilio permanece. Es un testimonio tan íntimo como imborrable: el de la vida que quisieron borrar, concentrada en el acto más puro de protegerla.

Un miércoles de agosto de 1978, ese rostro, esa vida, esa primavera entera, fue arrojada viva al mar, junto con su esposo Néstor.

Queridos hermanos Lucía y Néstor, en cada amanecer que no ven, en cada lucha que siguen inspirando, en cada latido de este corazón que no se resigna al olvido los extraño, entre lágrimas y pesar, con la ternura rebelde de quien elige recordar en un mundo que quiere que olvidemos.

Pero yo no olvido. Yo los llevo. Presentes. ¡Ahora y siempre!.

Luis Perriere

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