20 de abril de 2024

Editorial 24/01/2014

Marcelo

Uno, a veces, se prepara para conocer a alguien. Otras veces lo conoce de golpe. Por azar. Como tantas cosas nos suceden a lo largo de la vida Y así conocí a Marcelo a mediados del mes de diciembre pasado. Por habernos decidido a pintar nuestra vivienda. Y allí llegó Marcelo.

Con remera y vaquero, decidido a trabajar.
Diciembre es un mes especial y sus últimos 15 días, aún más. La llegada de las Fiestas y el final del año.
En el correr de esos días hablé y mucho con Marcelo.
Era la necesidad de él o la necesidad de los dos, la de intercambiar palabras en algún momento en el que la botella de agua fría, el mate o un cigarrillo, obligaban a hacer una pausa en la tarea. La casa estaba dada vuelta y él, pintaba, paredes o techos.
“Le quiero pedir un consejo”, me dijo una mañana más que cálida.
Y el consejo, la consulta de Marcelo se convirtió en un ir y venir, en el darme cuenta de su búsqueda de felicidad, de su infancia y adolescencia, difíciles, de cuánto amaba a su novia y de la ternura con que hablaba de ella. De los estudios y de un posible viaje a La Plata.
Marcelo era prolijo en lo que hacía. Y así quedó su huella en las paredes y techos de mi casa.
El calor bochornoso no importaba. Vi en Marcelo a un joven respetuoso y responsable en lo que estaba haciendo.
Y como vino, un día se fue.
Me dejó un número de teléfono y me dijo que cuando necesitara lo llamara.
Me quedaron cuestiones pendientes con él. Alguna charla. Algo inconcluso. Por esas mismas cosas de la vida, no volví a verlo.
Hoy me enteré que Marcelo murió en la ruta nacional 205 a la altura de la avenida Sanguinetti.
El mismo Marcelo lleno de vida, trabajador y con deseos de crecer, de superarse.
El mismo Marcelo, jugador de fútbol. Marcelo, el hijo; Marcelo el novio. Tímido, atento y considerado en el trato.
No hablamos de motos con Marcelo.
Tras su muerte, sin saber quién era, pensé en descargar mi bronca y dejar paso a la indignación de mucha gente.
De volver a publicar todo lo que he escrito a lo largo de los últimos años sobre la muerte de tantos jóvenes de una forma inaudita, no creíble.
Tras enterarme de que Marcelo, el pintor de mi casa, era el mismo joven que había quedado tendido sobre el cemento de la ruta nacional 205, dejo paso a más reflexiones.
Es tal la contradicción que no se puede describir la sensación de impotencia.
La certeza de haber escrito y dicho tantas veces que “se van a matar”.
De estar sentado, tratando de compartir un momento de disfrute a la hora de cenar, en “Lodemiguel”, por ejemplo y escuchar esos sonidos y no sólo escuchar sino verlos acostados sobre el asiento de sus vehículos, disparados sobre la ruta.
Es no entender, realmente, por qué.
Es preguntar a profesionales qué es lo que motiva una actitud de estas características.
Son preguntas, tantas sin respuesta.
Hay muertes que duelen más que otras. A todos nos pasa.
Y todo duele alrededor de una muerte cercana.
Duelen el alma y el corazón.
Duele saber que muy rápido asoman los “caranchos” dispuestos a atrapar una presa fácil y débil, para someterla a los designios de sus bolsillos canallescos.
Marcelo viajó demasiado rápido. Sin frenos.
No fue un accidente. No fue el destino.
Fue Marcelo, en ese instante final, el que no supo, no quiso o no pudo darse cuenta de que era alguien único, especial y muy necesario junto a los que aún estamos vivos…
Alberto Víctor García

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