Nacionales 20/09/2024
En su casa, rodeado de su familia, falleció a los 69 años
En su casa, rodeado de su familia, falleció a los 69 años uno de los mejores actores que dio la Argentina, Daniel Fanego. Hizo todo, desde teatro -debutó en la mítica La lección de anatomía- hasta cine, pasando por la televisión con gran éxito. Pero fue, sobre todo, una imagen y una voz icónicas. Una enorme pérdida.
Por Leonardo D'Espósito (BAE)
Daniel Fanego acaba de fallecer. Escribir eso es un poco sorprendente, porque es de esas figuras que, incluso con apariciones esporádicas, sellan las imágenes a fuego. Están siempre. Fue actor y fue director, hizo teatro, televisión y cine. Fue galán romántico y fue villano cinematográfico. Pero como toda criatura hecha de presencia -sobre todo en la pantalla- fue (es) de los que atraen la mirada, de esos personajes a quienes se espera porque algo importante, humano, va a suceder en cuanto aparezcan ante nuestros ojos. Fanego fue grande y no hay ni elogio "del momento" ni exageración.
La historia dice que arrancó en la mítica La lección de anatomía, esa sempiterna obra que comenzaba con un desnudo de todo el elenco. Tenía 22 años, era 1977 y Fanego se encaminaba a retomar estudios de derecho. La suerte, el talento, la imagen, lo llevó a la actuación. La televisión fue su primer escalón de popularidad (destino argentino por lo menos desde los sesenta) y en 1982, después de hacer Romeo y Julieta un año antes en ATC, con Andrea del Boca, fue parte del elenco del éxito El Rafa, con Alberto de Mendoza, Carlos Andrés Calvo y Alicia Bruzzo. Pero su primer gran protagónico fue junto a Luisina Brando y Arturo Bonín en La señora Ordoñez, esa gran tira (que también fue trampolín para Mercedes Morán) en los albores de la recuperada democracia.
Entre los programas más recordados, figuran La cuñada, Los machos, Culpables, Resistiré, Tratame bien, El jardín de bronce o El marginal. El lector puede revisar la lista extendida en Internet: no hay un solo título que no haya quedado en la memoria, y ni uno en el que Fanego no se destacase, se recortase aún "jugando en equipo". Es la virtud de las verdaderas estrellas la de ser ellos y repartir juego. Fanego lo fue. ¿Quieren prueba de que entendía todo? Va un fragmento del mítico Todo por 2 pesos, riéndose de sí mismo:
La carrera teatral es igualmente extensa y combina clásicos (El león en invierno, Viaje de un largo día hacia la noche, Medea, El Misántropo, Tres hermanas) con obras más contemporáneas (Tributo, Pareja abierta, Porteños). Algo interesante es que en ningún medio Fanego ha sonado falso. Una de sus grandes virtudes ha sido la precisión, el no hacer ni de menos ni de más. Comprender el personaje. Eso lo destacaba.
El cine es otra cosa: Fanego es (sigue siendo, las películas estan ahí) de los pocos intérpretes argentinos con presencia. Cuando está en la pantalla, la llena. Quizás nos empezamos a dar cuenta con su clase de actuación cinematográfica de Luna de Avellaneda. Ahí es un tipo simpático pero, al mismo tiempo, la contrafigura del voluntarioso que interpreta Ricardo Darín. En su última aparición en la película, cuando ambos -el idealista, el pragmático- se enfrentan, aparece una ambigüedad en el filme que genera el uso de los tonos que imprime Fanego a su personaje. Primero simpático; después, desdeñoso; después, duro pero realista. Es un momento impresionante porque no es sólo el texto sino cómo se lo dice (por supuesto que hay virtud de Campanella en pedir esos efectos, en lograr esos planos). Fanego allí es cine clásico en grado extremo.
Lo es en el melodrama con trasfondo de incesto Géminis, de Albertina Carri, donde es parte de una familia que niega sus propias tensiones. Es la personificación cinematográfica de una indiferencia (perdón por el término) casi metafísica. Lo es como el maravilloso viejo lobo del periodismo que interpreta junto a Mercedes Morán en la adaptación cinematográfica de Betibú, la novela de Claudia Piñeiro. Allí también vemos la tradición del mejor cine narrativo con un rostro y una voz. Mismo rostro y misma voz que hicieron de contrafigura de Viggo Mortensen en Todos tenemos un plan, de Ana Piterbarg. Y sí, Viggo es un grande (De Palma, Cronenberg, Peter Jackson o Lisandro Alonso mediante). Pero en esta ganaba Fanego.
Pero si hay que elegir un trabajo más (y es difícil elegir en una carrera de calidad enorme), el lúmpen que interpreta en El Ángel, la consagratoria película de Luis Ortega. Ese ladrón adulto y adicto que "educa" en el crimen tanto a su hijo (interpretado por el Chino Darín) como a ese extraterrestre que es el Robledo Puch interpretado por Lorenzo Ferro, es una creación tremenda. No sólo es un personaje salido del más crudo policial negro; es también la personificación exacta de la frialdad y de la paranoia, finalmente del tipo que conoce su ley y la acepta. Fanego hizo de ese personaje cine puro, en la restricción y en el exceso. No es algo que se vea todos los días.
Esta nota no habla de sus ideas políticas, de sus declaraciones, de sus premios. Son vaivenes y vanidades (aunque sí, fue un tipo muy justamente premiado) que no hacen a lo que importa realmente: el arte de haber creado personajes y forjado memoria. Nunca hubo demasiados actores como Daniel Fanego; desde ahora, escasean mucho más. Se lo va a extrañar.
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