Deportes 14/10/2025
De tres ascensos históricos a la gloria en la Libertadores
Una de las características distintivas de Miguel Ángel Russo fue y será su sonrisa. Aquella expresión alegre en su rostro ha quedado grabada para siempre como un signo de su presencia. Y aunque no solo la reservaba para situaciones de máxima dicha, va aquí un homenaje con un puñado de los momentos deportivos más felices de la vida de Miguelo: los 11 títulos que conquistó, como entrenador, en su inolvidable paso por el fútbol.
Los tres del Ascenso
La trayectoria de Russo en el fútbol parece un cuento lleno de ribetes curiosos y detalles únicos, todos con su lógica y explicación. Concluida su carrera como futbolista de una sola camiseta, la de Estudiantes de La Plata, el flamante entrenador comenzó su carrera en Lanús, ciudad donde justamente había nacido un 9 de abril de 1956. Se inició en el duro Ascenso y logró subir al equipo granate a Primera en dos oportunidades: en 1990 como vencedor del Reducido por el segundo ascenso -que le ganó a Quilmes- y en 1992 consagrándose campeón del torneo que entonces se llamaba Nacional B, para conquistar el que sería el primer título de su historial personal y para dejar a Lanús en la elite del fútbol, de la que no volvió a irse desde entonces.
Dos años después recalaría en Estudiantes, conmovido por el que sería el último descenso de la institución que lo formó y cuyos colores fueron los únicos que vistió profesionalmente. Convocó para que estuviera a su lado al histórico Eduardo Manera -que había sido su técnico en la obtención del Nacional 1983- y, en solo nueve meses, la dupla técnica sacó campeón al conjunto platense de la segunda división cinco fechas antes de que terminara el torneo. Dos temporadas después iniciaría su primer ciclo en Rosario Central, club que lo flechó para siempre, y al que también se encargó de devolver a Primera luego de tres duras temporadas en el Nacional B; aunque aquello, en realidad, sería en 2013, cuando logró su tercer y último título en el Ascenso argentino. Ninguno de los clubes que él rescató volvió a descender luego de que Miguelo los dejara en Primera, como si los hubiera tocado con su varita queriendo asegurarse de resguardarlos en la elite del fútbol mientras él fuera parte de ese mundo.
Su festejo en Primera
Luego de su paso por muchos otros clubes, la llegada del nuevo milenio trajo el primer título de Russo en la máxima categoría nacional. Lo logró junto a Vélez en el Clausura 2005, tras construir un equipazo en el que se lucían figuras como Lucas Castromán, Leandro Gracián, Fabián Cubero, Fabricio Fuentes o Gastón Sessa. El 26 de junio de aquel año, Russo debió pasar una de esas pruebas de fuego que siempre impone el fútbol: ver a sus dirigidos golear en el estadio José Amalfitani a Estudiantes de La Plata por 3-0, para consagrarse con una fecha de anticipación y devolverle a los de Liniers un título tras siete años de sequía.
La gloria de la Libertadores
La primera cercanía entre Russo y la Copa Libertadores había sido en 1996: llegó con la U de Chile hasta semifinales de la edición de ese año y quedó eliminado al caer ante River. Una década después el destino lo haría cruzarse con el archirrival millonario para empezar un romance eterno y vengarse de aquel traspié en la máxima competencia continental: era diciembre de 2006 y Miguelo acababa de llegar a Boca.
Un 14 de febrero -del año siguiente- comenzó la aventura copera de Russo como conductor de Boca, una fecha que se resignificaría con los años y los frutos de una relación de amor futbolero. Aunque aquel día fue 0-0 con Bolívar en La Paz, sería el primer paso rumbo al máximo logro de su carrera como técnico, una conquista a la que no le faltó épica y sudor. Boca se consagró campeón de la Libertadores 2007 después de 14 partidos (8 triunfos, 4 derrotas, 2 empates) con un plantel en el que brillaban nombres de la talla de Juan Román Riquelme, Rodrigo Palacio o Martín Palermo, y Russo emuló lo conseguido por Juan Carlos Lorenzo y Carlos Bianchi al convertirse en el tercer DT del club en alzar el ansiado trofeo. La serie se liquidó con un apabullante 5-0 sobre Gremio en la llave final que aún hoy continúa con el récord histórico como la definición global con mayor diferencia de goles en la historia de la Libertadores. Quién sabe si aquel recuerdo, quizás, motivó la sonrisa de Russo de hace unos días al sentir un guiño del destino tras el último partido de Boca bajo su ciclo, cuando le contaron del triunfo por 5-0 sobre Newell's en la Bombonera, ese que el plantel le dedicó. Aquella vez, de la mano de Miguelo, fue la sexta y hasta ahora última de Boca como rey de América. La que quizás haya sido la mayor alegría deportiva del experimentado entrenador es un recuerdo inolvidable y conmovedor en la retina de cualquier hincha xeneize.
"Todo se cura con amor"
El amor por Russo -más allá de la admiración- ha trascendido las fronteras. En Colombia lo lloran como aquí. Allí condujo a Millonarios a su 15º título de liga y, en el plano más íntimo de su existencia, fue diagnosticado con el cáncer que le terminó arrebatando la vida este miércoles. El fútbol fue ese gran refugio, por fuera del cariño de sus amigos y familia. "Dos días antes me doy una quimioterapia en Bogotá y después dirijo y salgo campeón. El médico, que era hincha de Millonarios, estaba en la platea y no lo podía creer. La lluvia que había y yo parado ahí. No le doy tanta trascendencia a eso porque soy humano, de carne y hueso: todo te puede pasar", recordaría después el entrenador argentino.
"El profe" logró aquel campeonato junto a sus dirigidos unos días antes de la Navidad de 2017, tras vencer al archirrival Independiente Santa Fe en la primera final de la historia de la liga profesional colombiana que enfrentó a los dos clubes bogotanos. Dos meses después ganó su segundo título con el equipo albiazul, la Superliga, nada menos que frente a Atlético Nacional, otro de sus históricos clásicos. En aquellos días, Miguelo eternizó una frase con la que esta semana fue muy recordado en esas tierras. Fue cuando volvió tras una ausencia provocada por su enfermedad y, en conferencia de prensa, dijo que "todo se cura con amor".
Su segunda era en Boca
Russo será recordado por otra de sus frases más célebres, esa que se volvió viral y simboliza las encrucijadas de la vida. "Son decisiones", decía Miguelo en los días de su primer ciclo xeneize, siempre con una sonrisa, para explicar la determinación por algún rumbo táctico o técnico tomado. "El fútbol es una actividad cambiante y siempre hay que tomar una elección -ampliaría alguna vez en una de sus tantas entrevistas-. Vivo tomando decisiones porque soy entrenador". Su segunda era en Boca -antes de la última que escribió este 2025- inició en enero de 2020 y terminó en agosto del año siguiente, cuando conquistó la Copa Maradona (el nombre definitivo de aquella Copa de la Liga 2020) y la Superliga 2020, dos de sus últimas celebraciones con los colores xeneizes. Russo también fue parte de la Copa Argentina 2019/20 que alzó el club de la Ribera, ya que dirigió los primeros tres encuentros: un sufrido 2-1 sobre Claypole por los 32avos de final, un 3-0 sobre Defensores de Belgrano para meterse entre los 16 mejores equipos del torneo y la eliminación a River por penales para clasificar a cuartos de final.
Central y su último título
Russo y la Copa de la Liga 2023, ganada con su querido Rosario Central. Imagen: Fotobaires.
Habían pasado 35 años de su primer partido como director técnico y Russo conservaba su magia intacta: en 2023 había comandado a su querido Rosario Central a la consagración de la Copa de la Liga y, dos años después, esta temporada, tomó las riendas de un San Lorenzo herido y casi repite la epopeya, llevándolo hasta las semifinales del torneo que finalmente se adueñó Platense. Aquella conquista con el equipo rosarino -invicto en los playoffs- fue parte de su quinto ciclo canalla y no solo significó la última coronación de Central. También sería el último título de la trayectoria de Russo como entrenador, esa que sostuvo hasta su muerte, a los 69 años, luego de una prolífica carrera que le permitió dejar su huella en 16 clubes de ocho países distintos, incluido el nuestro.
La despedida a Miguel Ángel Russo ha sido verdaderamente conmovedora. No solo han ido a decirle adiós y presentarle sus respetos fanáticos de los clubes que dirigió y con los que se consagró, como indica la rabiosa lógica exitista que parece envolver al fútbol desde hace algún tiempo. También fueron a dejarle sus flores simpatizantes e instituciones que se acostumbraron a enfrentarlo cuando vestía los colores rivales, ya sea con los pies sobre el verde césped o dando indicaciones desde el banco. Las imágenes de hinchas hermanados en la esquina de la Bombonera palmeándose el hombro antes de entrar a su velatorio, consolándose con alguna palabra de aliento o agradeciendo al ver a un otro de camiseta diferente rendirle tributo a "su" Miguelo hablan por sí solas. Y nos recuerdan la admiración conjunta, el respeto común y la emoción colectiva que un pueblo futbolero es capaz de sentir por alguien que supo amar sin límites y entregarse hasta el último respiro a esa pasión compartida que nos reúne cada fin de semana y nos parte los huesos como un rayo, en la mitad de una tribuna, enfrente de un televisor o en el último lecho antes de decir adiós.
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