Nacionales 14/08/2025
La condena a Claudio Contardi, el ex marido de Julieta Prandi
Años y años de militancia feminista, miles de páginas escritas sobre el tema, testimonios escuchados de quienes decían haber sido abusadas dentro del espectro de lo que comúnmente se interpreta como el lugar del cuidado: la propia casa. Millones de palabras escritas para derribar el fantasma, incluso con la estadística a favor, de que la persona que ataca sexualmente, que abusa psicológicamente y que maltrata físicamente, puede estar en el mismo sillón, en la misma cama, respirando el mismo aire. La mayoría de las veces lo está.
Las leyes también acompañan: en Argentina desde 2009 la 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres apunta que "cualquier acción que implique la vulneración en todas sus formas, con o sin acceso genital, del derecho de la mujer a decidir voluntariamente" debe ser considerado violencia. También miles de víctimas que dieron testimonio a este diario, algunas ante la justicia también, otras no, o porque no llegaron a esa instancia de revictimización casi inmovilizante, otras porque lo intentaron hasta el hartazgo pero la desidia judicial las arruinó, forman parte del caleidoscopio que arma la condena por abuso sexual agravado a Claudio Contardi, quien fuera pareja de la actriz y modelo Julieta Prandi.
Más facetas de una multidimensionalidad dificil de atrapar en palabras, porque son haces de luces que se cruzan a toda velocidad: los medios (sobre todo televisivos y sus apéndices de programas sobre la farándula) agradeciendo el accionar de la justicia, peleando por la primera foto del reo, imaginando los castigos a los que va a verse sometido en la cárcel (otra vez...), ese lugar que, según el abogado Fernando Burlando ayer en Intrusos, "se parece mucho a lo que los argentinos vemos en las series sobre la cárcel", volviendo a esquivar el debate serio que merece el sistema penitenciario nacional y sus derivas punitivistas que tanto alivian a buena parte de la opinión pública.
El testimonio de Prandi es valiente, llena de sentidos un espacio vacío, o poco nombrado, deslucido por la incapacidad para verlo de cerca: la intimidad es un lugar donde pueden pasar las peores cosas, que te pongan un puño en la cara y te digan que no vas a quedar con un hueso sano, que metan tu celular en el freezer para que no puedas comunicarte con el afuera pero sobre todo, para que sepas que el otro puede controlarte, manipularte, asediarte y hacerte sentir basura. Y sigue: el mismo acusado diciéndole a la justicia "nunca abusé de ella sin su consentimiento". Lo que vuelve el foco en la importancia de las palabras. Esas que sí se dicen en una fiscalía pero tantas veces son burladas, o sobran, o se minimizan.
Son 19 años de prisión por abuso sexual con acceso carnal agravado que muestran que existe el abuso sexual dentro del matrimonio, de la pareja formalizada, del vínculo que pasó por fotos rozagantes, sonrisas, incluso momentos dentro del horror que podían verse como apacibles.
Prandi se preguntaba al principio de este juicio que fue seguido minuto a minuto, qué sería de ella cuando todo esto termine, cuando los flashes se apaguen, cuando vuelva a pisar la calle sin la amenaza respirándole en la nuca, se preguntó por sus hijos, los que tuvo con Contardi y se preguntó por su propia integridad física. Y ha lugar a la pregunta porque Contardi puede estar dentro de diez años en libertad condicional si tiene buena conducta. Ha lugar a una pregunta que tiene la actualidad del caso Melmann, a 24 años del femicidio de la niña de 14 años en Miramar a manos de la Bonaerense, causa a la que todavía le quedan personas por investigar y asesinos que salen en libertad condicional a reirse en la cara de la familia de la víctima (ver edición de Las12 de mañana).
Y si Prandi se hace esta pregunta tan válida, habiendo podido enfrentar un proceso judicial con todos los privilegios, cabe preguntar qué queda para quienes no pueden sostener ni una visita a la comisaría del barrio para denunciar y mucho menos deslizar que sus parejas las atacan sexualmente porque dentro de una pareja todo parece ser parte de un universo enigmático y, sobre todo, privado. Qué queda para quienes (esto se ha repetido hasta el hartazgo pero vale una vez más) no llegaron a denunciar o no llegaron a hacerlo sin tener una bolsa en la cabeza. A quienes el relato del maltrato psicólogico no les armó una narrativa sólida para llegar a la justicia sin testigos presenciales.
Se suele pensar que de femicidio para abajo no hay nada, y el femicidio es la cima. Todo lo que viene antes también es dolor y vida arruinada. Por eso, las instancias de prevención son tan fundamentales, por eso la ESI es clave en la formación de cabecitas empoderadas y responsables a la hora de vincularse sexo afectivamente. Y porque una vez más, y hay que decirlo hasta la náusea, es el patriarcado el que destruye, y su visión tan apretada sobre las identidades y sensibilidades. Porque, tal como la misma Prandi lo contó, los celos de su ex pareja eran letales, la descalificaicón moneda corriente, y las posesiones de ella, su dinero, una ofrenda que debía sacrificar para el bien común de la familia. A ver cuándo se reinventa de una vez el concepto encorsetado al que el presidente rinde alabanzas, y vuelven las políticas públicas para que nada que alguien pueda nombrar como violencia, sea ignorado por el resto.
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