15 de mayo de 2024

Opinión 18/01/2024

¡Se ayudan!

Por Martín Kohan

La película "La sociedad de la nieve" expresa la necesidad de fundar una sociedad basada en la solidaridad, la amistad y la compasión por el que sufre. Una mirada que habla también de nuestro tiempo.

Por Martín Kohan* (para La Tecl@ Eñe)

Hay un antecedente notorio, y es el de Robinson Crusoe con Viernes. Reaparece, en cierto modo, aunque está claro que con diferencias, en esta otra historia de accidente y supervivencia: la de La sociedad de la nieve. ¿No son náufragos, en cierto modo? Náufragos del aire, náufragos del cielo, perdidos en la alta montaña ya que no en alta mar, desprendidos de un avión que se cae ya que no de un barco que se hunde.

La de Juan Antonio Bayona es una película de encierro, pero de encierro a la intemperie, de encierro al aire libre (de ahí la particular sensación de agobio que produce). La cordillera es vasta y abierta, pero de donde están no pueden salir, y un encierro no es otra cosa que eso. El espacio interior no es de encierro, sino de refugio, son los restos del avión siniestrado; encerrados están afuera. Los restos rotos del avión del Estado como ruina tecnológica, ante el imperio total de una naturaleza absoluta. Y un Estado, otro Estado, que los abandona: desiste de la búsqueda de posibles sobrevivientes, una vez cumplido el plazo del protocolo de rigor (de rigor mortis).

Tienen que sobrevivir: como puedan, cuanto puedan, cuantos puedan (hasta que dos de ellos logren salir del encierro y avisar). Lo que se produce en esa circunstancia extrema, la de una evidente prueba de supervivencia, no es sin embargo lo que el imaginario de la supervivencia del más apto suele convocar y promover: la lógica implacable del individualismo a ultranza, bajo un régimen de competencia cruenta en el que luchan el fuerte y el débil, el fuerte impera, el débil perece.

Lo que surge en la película es otra cosa, que queda ya indicada en el título: una sociedad (si un título como ¡Viven! expresa el asombro del que mira desde afuera, un título como La sociedad de la nieve expresa lo que, desde adentro, ellos hacen para poder vivir). Una sociedad que va a fundarse, por excepción, no en un tabú, sino en la ruptura de un tabú (aunque no matan para comer, sino que comen para vivir: no es una diferencia menor, si se habla de canibalismo).

No hay Estado, pero tampoco individuos librados a su mera suerte. Lo que hay es una sociedad, una microsociedad. Basada en gestos y afectos hoy por hoy poco apreciados: la generosidad, la solidaridad, el compañerismo, la amistad, la compasión por el que sufre (elementos hoy despreciados bajo el estigma de una acusación frecuente: la de una supuesta "superioridad moral", que se objeta una y otra vez desde un paradigma implícito de crueldad, mezquindad, bajeza). Los que viven y sobreviven no lo hacen por contar con una sociedad, sino por haber sabido dar forma, en un contexto de precariedad extrema, a un esbozo de sociedad posible. En cuyo interior, como en el interior perforado de los restos del avión, se cuidan, se acompañan, se amparan, se ayudan

¿No empieza acaso La sociedad de la nieve con una jugada en un partido de rugby que se frustra por no pasarle la pelota a un compañero, por mandarse en lo individual sin saber contar con los otros? Hay un tackle, en vez de un try, en el encierro sin salida del cerrojo que opone el equipo rival. En plena cancha, a cielo abierto.

Buenos Aires, 18 de enero de 2023.

*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.

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