Nacionales 07/08/2025
La reconstrucción del rompecabezas 41 años después de la tragedia
El caso de Diego Fernández Lima conmociona al barrio porteño de Coghlan. Tras 41 años sin conocerse su paradero, unos obreros de la construcción dieron con unos restos óseos ocultos debajo de una medianera en esa localidad. El resultado de la investigación forense y el peritaje policial permitió, días atrás, la identificación de los huesos: pertenecían a aquel chico de 16 años que había salido de su casa una tarde de invierno de 1984 y del que no se supo nada más. Hasta ahora. Javier Fernández Lima, hermano del adolescente, habló en televisión y contó que su familia está impactada por las novedades. "Estamos mal. No entendemos nada", dijo. Y aseguró que ahora buscan Justicia y esclarecer quién fue el responsable del crimen ocurrido cuatro décadas atrás. Javier Fernández tenía 10 años cuando su hermano mayor desapareció, el 26 de julio de 1984. Recordó a Diego con cariño, describiéndolo como un pibe "bueno" que "iba al colegio y tenía amigos". Destacó la pasión que tenía por el fútbol y en particular por el club Excursionistas, en el que jugaba en las divisiones inferiores.
"Necesito justicia por mi hermano. Por mi papá, que se murió buscándolo. Por mi mamá, por mi hermana, y por mí", expresó con emoción. La búsqueda de la familia duró cuatro décadas. Su papá murió en 1991 durante un accidente de tránsito, también en ese barrio.
La descripción de los últimos detalles y los momentos previos a la desaparición de Diego, según sus recuerdos, coincidieron con las declaraciones que realizaron sus padres ante las comisarías y los medios de comunicación en aquel entonces: "Se fue de casa comiendo una mandarina. Le dijo a mi mamá que se iba a la casa de tal".
Según consta en la denuncia policial realizada en 1984 por los padres, Diego tenía entonces 16 años y vestía pantalón de jean, campera azul y botas marrones. Ese 26 de julio fue a la Escuela Nacional de Educación Técnica 36 del barrio de Saavedra, donde cursaba el secundario, y regresó a la casa familiar de Villa Urquiza a las 14.45. Almorzó con su madre. Su papá estaba trabajando y sus hermanos estudiando.
Luego salió a dar unas vueltas en su moto, volvió a su casa, y nuevamente salió, aunque sin indicar con precisión su nuevo destino. "De improviso me comunicó que iba a la casa de un amigo y me pidió cambio para el colectivo. 'Chau, hasta luego', fueron sos últimas palabras", contó su mamá en aquel tiempo.
Javier remarcó que la policía no cooperó para nada con la búsqueda de su hermano. Indicó que como Diego no volvía a su casa, sus padres se presentaron en la comisaría 39, pero no les quisieron tomar la denuncia, alegándo que se había ido "con una mina". La Policía Federal Argentina (PFA) consideró en aquel entonces que se trataba de un caso de "abandono de hogar".
En tanto, el hermano de Diego opinó qué pudo haber pasado desde la desaparición: "Para mí, como era saliendo de la dictadura, lo chuparon. Debía estar en la agenda de alguien, ser amigo de alguie, y lo chuparon. No había redes, había cuatro canales de televisión, no había cámaras. Mis viejos hicieron todo, mis primos, amigos del barrio... nos conocen todos. Y acá estamos todavía", relató. También precisó que su familia había interrogado junto a la policía a "todos los compañeros del colegio y del club", sin éxito.
Un dato que aportó durante la entrevista fue que un amigo de Diego lo había visto y lo saludó por última vez en las calles Monroe y Naón, en las inmediaciones de la casa en la que fueron encontrados 41 años después sus huesos enterrados.
"Iba en el colectivo y le gritó '¿qué hacés, Gaita?', como le decían en el club. Sabíamos gracias a él que estaba por ahí. En ese momento estaban las vías del tren, no estaba el viaducto", explicó. Además, negó conocer la casa donde apareció el cuerpo o a sus habitantes.
El hallazgo del cuerpo
Tres meses atrás, un grupo de albañiles que trabajaba en un terreno donde habían hecho una demolición, en Congreso 3748, levantaba una pared para dividir esa propiedad de la vecina, ubicada en Congreso 3742, que hasta entonces solo estaba separada por una ligustrina. Fue entonces cuando se produjo un desmoronamiento en el jardín de esta segunda vivienda y quedaron expuestos unos 150 huesos humanos y algunos objetos (ropa y accesorios).
Debido a que en la Ciudad de Buenos Aires está prohibida la inhumanación en lugares que no sean cementerios u otras áreas autorizadas, se inició una investigación. La causa quedó caratulada como "averiguación de delito", a cargo de la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional número 61, encabezada por Martín López Perrando. Se buscaba esclarecer cómo murió esa persona, quién era y quién la enterró allí.
Para esto, solicitó la tarea de la pericia ósea al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Poco se pudo conocer entonces sobre la identidad de la persona enterrada. El informe decía que los huesos pertenecerían a una "persona joven, menor de 30 años, y de una contextura física grande", y sostenía que el cuerpo había sido "enterrado en los años 90".
Los elementos que se encontraban enterrados junto a los restos fueron claves para sumar información. Según el informe de la Policía Científica de la Policía de la Ciudad, se encontraron una suela de un zapato de un calzado número 41, lo que parecía un corbatín azul de colegio muy gastado, un llavero naranja con una llave y un reloj Casio con calculadora fabricado en Japón en 1982. Había además una moneda de 5 yenes.
En el terreno donde trabajaban los obreros -y donde se planeaba levantar una torre con departamentos- antes había una casa en la que vivieron la artista Marina Olmi -hermana del actor Boy Olmi- y el ex líder de Soda Stereo, Gustavo Cerati. El músico la alquiló entre entre 2002 y 2003. Aunque los artistas no tienen relación con el caso, éstos datos no resultaron menores para la historia, ya que su popularidad permitió que la noticia trascendiera en los medios y las redes sociales y que genera una gran repercusión.
Así, la noticia llegó a oídos de un hombre, que a medida que los datos del NN que se iban conociendo -edad, vestimenta, sexo contextura-, pensó que podía tratarse de su tío Diego, desaparecido en 1984. Cuando dio aviso a la Policía, los forenses le tomaron una muestra de sangre a la madre, que coincidió perfectamente con los datos genéticos de los huesos.
Según determinaron los especialistas del EAAF en su último análisis, el adolescente había recibido un puntazo mortal que dejó su marca en la cuarta costilla derecha. Asimismo, una vez muerto, el o los atacantes quisieron descuartizarlo usando algún tipo de serrucho. Pese a los intentos, no lo consiguieron.
La Policía científica indicó además que la fosa donde estaba enterrado el cuerpo era de unos 60 centímetros, es decir, de muy poca profundidad, lo que para los investigadores significaría que fue cavada con descuido y apuro. Eso explicaría, también, por qué se dejaron con el muerto objetos que podrían llevar a su futura identificación.
Aunque todo indica que el crimen está prescripto, al fiscal López Perrando buscará reconstruir que pasó. Los dueños de la casa donde apareció el cuerpo serían entrevistados para conocer detalles de su vida en esa vivienda en 1984. Se trata de una anciana y sus hijos, una mujer y un varón de apellido Graf.
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