Editorial 31/07/2013
Nota publicada en la edición aniversario del diario regional La Mañana.
Cuando Saladillo cumplía 119 años, llegué a esta ciudad. La madrugada lluviosa del 2 de agosto de 1982. Un lugar, para mí, desconocido del interior de la provincia de Buenos Aires. Y pasaron 31 años, algo más de la mitad de mi vida, desde que este es mi lugar.
Saladillense por adopción, aquí me quedé. Junto a Saladillo y sus vicisitudes. Para compartir tantos años, tantas penas y alegrías. Conocer tantas personas.
Errar y acertar. Agradecer la posibilidad de crecer. Saladillo se va metiendo dentro aunque quede tanto por descubrir de su interior, de su gente.
Y, realmente, no dan ganas de irse, se extraña.
Se extraña este silencio, el que hace que algún visitante capitalino o de gran ciudad se sienta perdido en La Razón o en Álvarez de Toledo, extrañando, a la vez los ruidos, los sonidos constantes del cemento puro, de grandes máquinas.
Y Saladillo ha crecido en mi presencia.
Uno recuerda la visión que se tenía al llegar, desde la ruta nacional 205, la cúpula de la Iglesia Nuestra Señora de la Asunción y las luces callejeras en la vista nocturna. La ciudad, la de ese lado de afuera, bordeaba la rotonda de la avenida Ibáñez Frocham y un poco más. La de ese lado, la de atrás de la Ruta, sigue postergada. El Barrio 31 de julio sigue postergado, este 31 de julio.
Y hacia ese lado de la ciudad, pero bordeando la cinta asfáltica, han crecido las instalaciones de grandes galpones, fábricas y una diversificada actividad.
En aquel 1982 la democracia se acercaba tras la derrota en una guerra de profundos dolores que aún no han cicatrizado.
La Dictadura que sembró desolación y muerte se terminaba para dejar paso a la Democracia.
Detrás de mí vino la familia, mis padres y hermana. Y vinieron hijos y nietos saladillenses de pura cepa.
Saladillo, con su debe y su haber, creció. Acompañó distintos procesos sociales, económicos y políticos. Disfrutó y aprovechó las ventajas comparativas con las que cuenta y no cuentan ciudades vecinas de la región.
Hoy se proclama que “Saladillo es el lugar donde los sueños se hacen realidad” y es un eslogan.
Hay quienes soñaron un Saladillo grande y tantos que lo postergaron.
Hay quienes postergaron sueños y en ello se le fue la vida.
Hay quienes no disponen siquiera de tiempo para soñar.
De todos se nutre este sesquicentenario.
Hubo quienes sentaron las bases de esta realidad.
Y Saladillo creció. Dentro de este sistema democrático, como nunca antes. Ciencia, tecnología y educación. Fenómenos socio-políticos que se fueron fundiendo para fortalecernos.
La ciudad avanzó con quienes, a lo largo del tiempo, han colaborado activamente y aportado a este Saladillo tan distinto al de aquel centenario.
Porque aquel 31 de julio de 1963 no sólo fue el centenario de Saladillo. Cómo no recordar aquel tiempo político de ruptura del orden constitucional y sin democracia porque así se vivió el festejo de los cien años de esta ciudad. No había Intendente sino comisionado y en aquella fecha era Guillermo Bruno Hang (El 12 de octubre de ese año asumió como intendente, el electo Valerio de Iraola)
Cuenta la historia que “la Unión Cívica Radical se dividió en dos, según la postura que cada sector asumía frente al peronismo, rechazando (radicales intransigentes) o aceptando (radicales del pueblo) su proscripción. En 1961, el presidente Arturo Frondizi (radical intransigente) legalizó al peronismo, que triunfó ampliamente en las elecciones a gobernador del 18 de marzo de 1962. Once días después el Presidente Frondizi (había asumido en 1958) fue derrocado y detenido por el golpe del 29 de marzo de 1962, que resultó en la toma del poder por parte de José María Guido (Vicepresidente del Senado) con apoyo militar en momentos en que se enfrentaban azules y colorados. Guido anuló las elecciones, volvió a proscribir al peronismo, disolvió el Congreso y convocó a nuevas elecciones limitadas y controladas por los militares. Illia había resultado electo gobernador de Córdoba en esas elecciones, pero no llegó a asumir debido al golpe.
En ese momento y con el peronismo proscripto se convocaron las elecciones del 7 de julio de 1963 en las que resultó electo Arturo Umberto Illia con muy bajo respaldo electoral. Participaron varias decenas de partidos, pero hubo 21% de votos en blanco como consecuencia de la forzada abstención del peronismo. Se habló, entonces, de una carta de Perón fechada el 1 de julio en la que ordenaba a sus seguidores tomar esa actitud.
La UCRP (Unión Cívica Radical del Pueblo) obtuvo el mayor número de votos, pero éstos eran sólo el 25% del total; la UCRI (Unión Cívica Radical Intransigente) resultó tercera con 16% y el 40% restante se distribuyó entre 47 partidos menores (conservadores, socialistas, partidos provinciales de origen radical y grupos marginales de derecha e izquierda).
En el Colegio Electoral, la fórmula encabezada por Arturo Illia obtuvo 270 votos sobre 476 electores el 31 de julio de 1963 y asumió el 12 de octubre de ese año.”
Fue ese mismo 31 de julio de 1963.
Los tiempos han cambiado y los últimos 50 años fueron pródigos en sucesos.
Es el pasado reciente que también envuelve a Saladillo, con guerra perdida y mundiales ganados; con tanto sol y la cola de un tornado; con helicópteros que parecen despegar y trenes que nunca llegan a mejorar; con los últimos 30 años de gobierno monocolor, a favor de la voluntad popular; con todas las expectativas y todas las ganas; con el recuerdo de quienes dejaron la posta.
Todo se funde en anécdotas, recuerdos vívidos y pura realidad.
Y en lo personal, un profundo agradecimiento a esta ciudad y su gente.
Aquí no hay magia ni seres providenciales. Sólo seres humanos capaces de “pelear” todos los días para encontrar espacios superadores. Con problemas, con pesares, con alegrías pero con la posibilidad de expresarse libremente.
Lo que en el centenario se enmarcó en una etapa política agitada por los fantasmas de la antidemocracia en este sesquicentenario se ha convertido en plena etapa preelectoral con otros matices. Y hay lugar para la fiesta. Hay lugar para el disenso. Y debería existir un espacio aún más amplio para que el debate se eleve. Para que se pueda aprovechar este momento y ubicar las diferencias en el lugar exacto. Que no es el de la baratija o la chicana. Es el de la racionalidad y la ubicuidad. Las ideologías, afortunadamente, no han sido sepultadas. Están allí para remarcar las discrepancias sin violencia y sin odio. Lo que permita que la comunidad comprenda, otra vez, de qué se trata. Y, entre todo ello, queda lugar para la fiesta.
Cómo no festejar, entonces, este sesquicentenario en democracia y con sobradas motivaciones para pensar y repensar nuestro futuro.
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